El pasado 21 de marzo entramos de lleno en una nueva estación, la primavera. Esta época del año acarrea nuevos riesgos para los ojos, entre ellos debemos destacar las alergias. Esta reacción del organismo ante elementos externos como pelos de animales, polen, ácaros o incluso productos cosméticos, puede generar un perjuicio para la zona ocular. Algunas reacciones más comunes son irritación, lagrimeo constante, dolor, sensación de tener arenilla bajo los párpados o fotosensibilidad. Además, en ocasiones puede surgir supuración, lo que nos debe hacer sospechar que existe infección, concretamente conjuntivitis alérgica.
Cuando esto sucede es necesario acudir a un especialista, con el fin de que realice un diagnóstico certero. La automedicación no suele sino empeorar las cosas, generando en ocasiones consecuencias que dificultan los tratamientos. Debemos tener en cuenta esto, ya que en torno al 25% de los españoles sufren reacciones de este tipo a lo largo de sus vidas. Es una patología muy común. En un alto porcentaje la conjuntivitis es la única reacción que percibe la persona con alergia.
Los elementos alérgenos mencionados con anterioridad pueden ocasionar esta enfermedad inflamatoria, por lo que ante los primeros síntomas y como medidas urgentes es conveniente que el paciente se aplique compresas frías para aliviar el escozor y la inflamación. Asimismo, hay que evitar, en la medida de lo posible, el contacto con las sustancias alérgicas. Es conveniente que el paciente se sitúe en un lugar alejado de las zonas ‘contaminadas’.
Antes de prescribir un tratamiento, el oftalmólogo debe determinar si la conjuntivitis tiene un origen alérgico o existe otro foco infeccioso. Normalmente se suelen prescribir colirios antialérgicos sin corticoides, aunque puede variar según la gravedad de la afección. Es preciso determinar sin margen de error el alcance la enfermedad, con el fin de no cometer errores con la prescripción farmacológica, ya que una medicación muy agresiva podría ocasionar efectos no deseados en algunas partes del ojo.
Incremento de las radiaciones ultravioletas
La llegada de la primavera también trae consigo el buen tiempo y el incremento en la duración del horario diurno. Cuando salimos de nuestra casa, vamos a la playa o a disfrutar de una excursión, solemos utilizar protector solar para la piel. Sin embargo, somos menos conscientes del riesgo que suponen las radiaciones ultravioletas para nuestra visión. Una excesiva exposición a los rayos del sol incrementan el riesgo de padecer catarata, degeneración macular relacionada con la edad o la aparición de tumores oculares. Además, la piel de los párpados es mucho más fina que en otras zonas del cuerpo. Por ello, en ella el sol puede tener muchas más consecuencias sobre el envejecimiento natural de los tejidos, haciendo que aparezcan precozmente arrugas de expresión.
Recomendamos el uso de gafas de sol con protección homologada y con bloqueo de los rayos UV. No solo en primavera y verano, sino también en las otras estaciones del año. Es mejor contar con gafas que protejan también a los ojos por los costados, aquellas que son cerradas hasta la sien. De esta forma la cobertura será total. No olvidemos proteger a los niños, existen gafas de sol indicadas para los más pequeños. No solo estaremos protegiendo su vista, sino contribuyendo a que interioricen la necesidad de prevenir dolencias oculares. También debemos proteger los ojos en las cabinas de bronceado. En estos cubículos somos vulnerables al daño de las radiaciones.
Cuidado con el agua del mar y el cloro
Es probable que ahora comencemos a disfrutar de los primeros días de playa. El agua del mar y las piscinas, estas últimas tratadas con cloro, suponen un factor de riesgo para los ojos. Las consecuencias más comunes son la queratitis y la conjuntivitis. El agua de mar posee muchas bacterias, que pueden generar una infección en el ojo. Los principales síntomas son la quemazón, irritación, inflamación y dolor localizado, entre otros. Además, el índice de sal puede provocar sequedad ocular y úlceras.
En lo que respecto al cloro, este elemento químico es muy agresivo. Precisamente es así para evitar la proliferación de gérmenes en el agua. Sin embargo, si entra en contacto con los ojos, puede generar reacciones no deseadas que si no son tratadas puede acarrear consecuencias graves. Ante cualquier síntoma debemos acudir a un especialista.
Para prevenir este daño, desde el Instituto Oftalmológico Amigó recomendamos el uso de gafas protectoras bajo el agua. Si bien es cierto que esto no siempre es posible, al menos tendremos que evitar abrir los ojos cuando nos sumerjamos y secar bien la zona ocular cuando salgamos del agua.