El embarazo es una de las etapas cruciales en la vida de una mujer. Si bien la mujer está bien preparada para ser madre, este proceso biológico provoca importantes cambios en los tejidos, aunque se trate de cambios totalmente naturales. Aun así, en ocasiones se tiende a ver la gestación como si fuera casi un proceso patológico, algo que por supuesto nada tiene que ver con la realidad.
Lo cierto es que existen muchas creencias en torno a cómo influye el embarazo sobre la vista, aunque pocas de ellas son ciertas o están demostradas. Hoy, desde el Instituto Oftalmológico Amigó intentaremos aclarar algunos de estos errores tan extendidos:
SI: el embarazo puede llevar a la gestante a acumular más líquido y esto puede afectar a la tensión arterial. Si esta llega a ser muy elevada, representa un factor de riesgo para la vista que debemos atender.
SI: es cierto que la mujer puede sufrir más sequedad ocular, volviendo el ojo más vulnerable a las infecciones. Esto es fácilmente controlable usando lágrimas artificiales e incrementando la higiene ocular.
SI: se incrementa el riesgo de padecer migrañas. Esta dolencia tiene una incidencia muy directa en la visión, provocando la aparición de auras visuales que desaparecen una vez se haya controlado la crisis.
NO: aunque la toxoplasmosis puede provocar un daño irreparable en el campo visual, la verdad es que el embarazo no incrementa el riesgo. Además, esta patología no es nada común, dadas las medidas de seguridad que poseen los alimentos que están en el mercado regulado.
NO: los cambios hormonales durante la lactancia no afectan a la visión
NO: el embarazo no agrava un defecto refractivo previo. Si el embarazo se lleva de forma correcta una paciente miope no tiene porque ver agravado su problema visual.
Permítanme que me detenga en esta última creencia, ya que son muchos los pacientes y familiares que repetidamente nos plantean esta duda. En efecto, se trata de una de las creencias más extendidas y sostiene que el embarazo y/o el parto influyen negativamente sobre el ojo miope hasta el punto de plantearse el embarazo o el tipo de parto en función de las dioptrías de la paciente. El origen de esta opinión, tan extendida, se remonta a muchas décadas, cuando no, a siglos atrás, tiempo en el que los embarazos y partos eran realmente tan debilitantes como una grave enfermedad infecciosa.
Por aquel entonces, un embarazo, en ausencia de dieta adecuada y de los aportes vitamínicos necesarios, unido a una pérdida de sangre significativa, llegaba a causar estragos en la salud de muchas madres. Si además estas sufrían de severas miopías, en las que las paredes del globo ocular ya estaban de por sí adelgazadas por la enfermedad, las miopías podían empeorar tras el embarazo y hasta el parto, y esta experiencia se fue transmitiendo oralmente de padres a hijos hasta perdurar hoy en día. Destaquemos que se trataba de miopías severas muy elevadas pero hasta hoy lo que ha quedado grabado en el acerbo popular es la palabra miopía.
Lo cierto es que actualmente sabemos que un embarazo y parto seguido de forma adecuada por un especialista en obstetricia, no tiene en la práctica influencia negativa alguna sobre el defecto refractivo medio de las pacientes. En nuestro sistema sanitario este seguimiento está garantizado, por lo que la futura madre no tiene de qué preocuparse. Para mayor tranquilidad de las pacientes, debemos decirles que no existe base científica alguna que sostenga que las miopías, u otro problema refractivo, se agraven durante la gestación o después de esta. Del mismo modo, debemos insistir en que no es preciso esperar hasta después del parto para someterse a una cirugía refractiva por este motivo.
Por otra parte, si es cierto que se aconseja demorar o diferir la cirugía en embarazadas o madres en periodo de lactancia, por el simple hecho de evitar que llegue al embrión, feto o al recién nacido cualquier tipo de fármaco que la madre reciba durante o en el postoperatorio de un eventual tratamiento quirúrgico.